dc.description.abstract | "El concierto verificado en el Teatro Arbeu, el 9 del corriente mes, constituyó un acontecimiento artístico de suma importancia para el público amante del arte, y de mucha mayor aún para los que de largos años atrás, y con interesada constancia, observamos atentamente el movimiento musical de nuestra patria. Registrar los triunfos conquistados por un compatriota, estimular a los hombres de talento, aplaudir cordialmente a los que valen -escasos por desgracia-, ha sido tarea que me impuse desde que aventuradamente me lancé al campo de la crítica musical, de entonces acá he sufrido crueles desengaños, ya por juveniles entusiasmos apagados al soplo de la realidad, o bien por ingratitudes de aquellos mismos cuyos méritos ensalcé. Tales hechos no han perturbado la serenidad de mis juicios, no han alterado la rectitud de mis propósitos: reconoceré siempre el mérito en quien lo tenga, admiraré a los artistas verdaderos, y coadyuvaré, hasta donde pueda en la buena obra de fomentar el adelanto del patrio. Mucho se ha conseguido desterrando poco a poco rancios prejuicios sobre lo nuestro y los nuestros, mucho es que el público no desconfíe ya de que México pueda producir artistas de primer orden, consuela observar que los acoge, no tan solo sin hostilidad, sino con benevolencia y aún con entusiasmo, y estos hechos reales que palpamos y que pregonan cultura, más que patriotismo, auguran que más tarde se creerá también en la posibilidad de un arte netamente nacional, con su vida propia e independiente y con sus caracteres bien definidos. Hay que abrir de par en par las puertas del santuario a todo recién llegado, a todo neófito que solicite traspasar sus umbrales llevando fe en el alma, inspiración en el cerebro, entusiasmos e ilusiones en el corazón. Y si ese neófito, ese desconocido, ostentando rara modestia, no acude a la reclama mercenaria para hacernos conocer sus antecedentes, ni para deslumbrarnos con la proverbial mentira de que ha sido admirado e incensado en Europa, ni nos presenta a guisa de preparación la lista de condecoraciones, medallas, diplomas y coronas con que en otras partes, premiaron sus méritos, ni, desconfiado de sí mismo, implora el apoyo oficial como garantía de éxito artístico y pecuniario, si tal hace el artista incipiente, bien esta que con mayor ahínco, con mayor prontitud le abramos las puertas del santuario para que oficie en el y nos conquiste por la sola fuerza de su inspiración. Así lo ha hecho el público de México con Ponce, acudieron al templo los fieles, los devotos del arte, y el artista se les reveló, ostentando dos cualidades de inestimable valor, talento y modestia. Y cabe añadir que si el primero no abunda y es pocas veces de primera calidad, la modestia en el músico es tan escasa como el radio en las entrañas de la tierra… todo está dicho, así en elogio de quien la posee. En cuanto al talento… analicemos. Por lo que a mí toca, puedo decir que la dotes de Ponce como pianista y compositor, no me fueron reveladas, como a la mayoría del público, en su concierto de presentación: las conocía y estimaba de tiempo atrás, y de ahí que, arrancándolo de su lejana provincia, le hubiese estrechado a aceptar un honroso puesto en el Conservatorio. No, desde que tuve el placer de oírle ejecutar deliciosamente algunas de sus composiciones, comprendí que en aquel jovencito modesto e ingenuo, había más, mucho más que el germen de un artista, y que dentro de aquel pequeño cuerpo, y bajo aquella risada cabellera, surcada ya por prematuras canas, ardía el fuego de la inspiración y vibraba un alma llena de impulsos juveniles, desbordante de pasión y poesía, un alma que sentía la necesidad de volar y que, acurrucada tímidamente en el fondo de su ser, desconfiaba de sus propias alas para lanzarse a los espacios del ideal. Eso comprendí, eso presentí, y eso comuniqué a varios amigos de mi intimidad. No me equivoqué: los hechos han confirmado mis primeras impresiones, las actuales, confiadas ya al papel y dadas a la publicidad, constituyen el mejor homenaje que puedo rendir al simpático artista. Repito ahora lo que en otra ocasión consigné bajo distinta forma: muerto Ricardo Castro, el músico revelado para suplirlo y continuarlo en el mundo del arte, es sin disputa, Manuel [M.] Ponce. Y no tanto porque los temperamentos de ambos artistas se asemejen de notoria manera, sino porque Ponce puede ser el continuador de la obra de Castro, tan cruel e inesperadamente interrumpida. Como pianista, quiere iniciar un avance y una modificación de escuela, como compositor decididamente marcha por vía novedosa y proponde a un modernismo racional y de buena ley. En ambos ramos, como virtuoso y creador, no rompería los eslabones de una misma cadena. Se ha acusado a Ponce de ser rebuscado. Lo es a no dudarlo, porque piensa como muchos, que siendo tan vasto el lenguaje musical, es lícito el empleo de neologismos, y como quiera que la expresión de sentimientos y pasiones puede variarse hasta el infinito, como varía hasta el infinito en el alma humana, pienso que Ponce anhela ser original y rebusca hasta acertar con el pensamiento que mejor satisfaga sus propósitos. Tal procedimiento, natural en quien pretende crear, no puede censurarse abiertamente, y mucho menos en los tiempos que corren. Hace algunos años en una linda carta que es toda una joya de crítica musical, me dijo el ilustre maestro Saint-Saëns: 'Hoy, la moda está por lo vago, lo nebuloso y lo incomprensible'. Y asistía la razón al gran maestro, no obstante que por entonces no había aún brotado en Francia la generación de decadentistas que ambiciona predominar ahora. Pues bien, por más que Ponce suele incurrir en tales defectos, que son producto de una época y consecuencia de natural contagio, la mayoría de sus composiciones de natural contagio, la mayoría de sus composiciones no acusa afortunadamente, tendencias semejantes: casi todas las que nos dio a conocer son claras, conceptuosas, inspiradas, fogosas y poéticas. Mientras el anhelo de ser original no le impulse a traspasar el pequeñísimo puente que separa la original del absurdo y del dispare, no habrá razón para censurar los rebuscamientos que se le atribuyen. Buscar y encontrar al calor de la inspiración, siempre será digno de aplauso. Ponce graduó su programa con verdadero acierto, manifestando su talento bajo distintas fases. Primeramente, se nos ofreció como esbozar de tres pequeños cuadros musicales llenos de encanto y de poesía, alguno de los cuales, La noche, habría ganado con el empleo de todos los colores de la orquesta. Hay vaguedad y misterio en ese trozo, gracia y ligereza -que no interpretó la orquesta- en la coqueta Gavota, y apacible dulzura en la sencilla Berceuse cantada por toda la cuerda con sordinas. El Trío, admirablemente ejecutado por el autor y los señores Valdés Fraga y Montiel, es sin disputa y en mi humilde opinión, la obra maestra de Ponce. Las ideas son originales y accesibles, la inspiración no decae un instante y va en ascenso en los cuatro tiempos de que consta, y de todo el conjunto, con todos sus contrastes de movimientos matices, se desprende un hálito de juventud, un perfume de vida fuerte y sana que cautivan y confortan. El andante romántico antojándose un dúo de amor, el coloquio de recientes desposados interrumpido por un dulce canto de cuna que envuelve feliz presentimiento… los enamorados se imaginan que besan ya los bucles de oro de un infante, vuelven a la realidad, y la realidad les impulsa a sumergirse más y más en el éxtasis de su amor… se escucha el murmullo de alas de que habla Víctor Hugo. El scherzo parece un cuento de hadas. Se desarrolla como un sueño infantil en que hemos vivido por instantes muchas mentiras deliciosas. Con el allegro moderato volvemos a la vida a las pasiones y a los dolores. A estos, a las melancolías de nuestras soledades, nos conduce Ponce con sus interesantes transcripciones de tres canciones mexicanas, pues la primera, y la más linda por cierto es de su propia cosecha. Con ellas, así como con el tema mexicano variado y la Rapsodia mexicana, ha querido el compositor ennoblecer nuestra música popular, difundirla en el prestigio del arte y señalar el punto de partida para la creación de una escuela característica que nos pertenezca sin pagar tributo a las extranjeras. La idea es noble y la tentativa resultó feliz. Esa música, que tan corriente y vulgar nos parece, convenientemente atractiva, embellecida, aristocratizada, diría, sugiere menos horizontes y evoca sentimientos impregnados de amor a nuestro suelo. ¿Por qué no se habría de buscar obra de arte con nuestros cantos populares como la hicieron Glinka/Liszt, Brahms y Dvořák con análogos elementos? Necesitaría escuchar nuevamente el Concierto para piano y orquesta o tener a la vista la partitura para poder juzgarlo con algún acierto. Mi impresión fue vaga y difusa y me expondrá a que se tachase mi juicio de erróneo, teniendo en cuenta, además que el acompañamiento orquestal acusó falta de esmerado estudio. Cierro ya, pues, este artículo en el que dejo consignadas mis impresiones, así como la simpatía y la admiración que me inspira el artista que tantas y tan buenas me hizo experimentar. ¡Que su reciente triunfo sea precursor de otros muchos, para satisfacción y orgullo de su patria! Tales son mis deseos." | |