dc.description.abstract | "Llamaba la atención lo concurrido del teatro. No se había visto una audición tan intempestivamente anunciada, y que hubiese tenido un éxito más franco y más espontáneo. Al vuelo de la pluma narraremos en zig-zags de relámpago, el cuento de la vida artística que anoche se engalanó con dos horas de elevado goce intelectual. Y este cuento, por lo extraordinario, por lo milagroso, es como uno de las mil y una noches. Oigamos a esa vulgar Scherezada que se llama la crónica. La primera parte de este concierto está compuesta de tres lindos cuadritos de género. El primero. La noche está ejecutado con sepia y blanco de España para producir una suave coloración de plata diáfana. La frase inicial de los contrabajos, arranca en progresión ascendente, como un vaho negro que se alzara sobre una campiña bañada de lucha. Pero de esta frase sombría, repetida por las violas y los violines se desprende, con aérea lentitud, una melodía transparente y sutil que evoca la palpitación de las estrellas en la tranquilidad del horizonte. Este cuadro es de una vaguedad azul, cuyo fondo se esfuma en un claro obscuro de infinito y melancolía. En tiempos del Rey Sol. Es un lienzo galante, ritmado al bullir de los tacones rojos en la cortesana gavota. Un prolongado trino que pasa de instrumento a instrumento como un pájaro que va de rama en rama, canta alegremente el amor de la princesa Eulalia, cortejada por el vizconde rubio y el abate joven de Rubén Darío. La parte segunda es un madrigal recitado aristocráticamente por los cellos. Trozo musical de perfumada elegancia. Berceuse. Dormi, piccolo amore. Duerme sí al arrullo de esta dulce melodía en sordina que hace el rumor, casi imperceptible del aleteo de un ángel. Este es canto de alcoba amorosamente alumbrada por la apacible veladora. Una casta ternura esparce el blando motivo, hasta llevarlo a un tono agudo y pianísimo, cuya fragilidad cristalina parece quebrarse al contacto del aire. Un leve suspiro venido del aliento puro de una boca en flor cierra la Berceuse. Todo queda en silencio. La claridad de la noche se filtra por los cortinajes de la ventana. Un ángel aletea en la penumbra de zafiro… Dormi, piccolo amore.Y el público que había aplaudido con entusiasmo no alcanza a contener su regocijo, y se desborda en un delirante homenaje. La orquesta dirigida por el maestro Carrillo. Se ha portado muy bien. Ponce es aclamado durante muchos instantes. La ovación es unánime y crece estimulada por un impulso emotivo que es mitad admiración y mitad asombro. Las gentes se ven como diciéndose -¡teníamos a un músico de esta talla y no lo sabíamos!...-. Pero en la segunda parte en el Trío, el auditorio va de sorpresa en sorpresa. Después del primer tiempo allegro enérgico ya no solo hay entusiasmo, hay expectación, hay deleite. Violín, cello y piano, bordan un brocado armónico de un gusto nuevo. Una frase encantadora y apasionada hace visos joyantes en la urdimbre musical… La concurrencia prorrumpe en vivas al final del allegro. El andante romántico, tan soñador, tan vibrante, tan airoso, sacude los espíritus. Es una página sentimental de muy honda ternura, viril lamento de un alma en plenitud de amor y de tristeza. El scherzo está construido con linda originalidad, y gracia depurada. Y el tiempo final, cuyos últimos compases son un hallazgo bellísimo, desató la glorificación como se desata una tempestad. Tan de prisa voy que no me es dable detenerme a hacer un análisis, aunque fuera ligero como una mariposa. Sólo puedo clavar aquí una impresión, la que le arrebato al momento que pasa… La tercera parte fue un admirable recital. Ponce mostró, no ya su talento de primer orden para la composición, sino su gran ejecución como pianista. De esta parte, las mazurcas, las canciones mexicanas y la rapsodia fueron las gustadas y aplaudidas. No disminuyó un ápice la admiración, al contrario, se fortaleció y se hizo como razonadora y consciente. La alegría que engendra el arte iluminaba todos los ojos y hacía sonreír todos los labios. El concierto mantuvo encendida la emoción como una lámpara votiva. El triunfo se prolongó, se intensificó y fue como una victoriosa despedida al bizarro maestro que, en una noche, derramó los tesoros de su inspiración altísima. A seducir al público le ayudaron con rara voluntad, el maestro Carrillo, su Orquesta Beethoven y Pedro Valdés Fraga y Rubén Montiel; estos dos últimos artistas interpretaron excelentemente la parte que les correspondió en el Trío. Pocas veces una concurrencia ha estado más encadenada al magnetismo de una artista. Para los dilettanti este concierto ha sido una revelación. Para Manuel [M.] Ponce ha sido una apoteosis." | |