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Alfonso Rodríguez del Campo
Dotación resumida: "Del Fauno al Stabat Mater. Nuevo es el diapasón a que la crónica debiera ajustar sus voces en estos días. A las sáficas estrofas de la lira, sucede el laúd sagrado y la rota de cantares épicos cede su puesto al arpegio bíblico y el plectro de Sión. Más como este apunte no vaya para sermón de cuaresmal y sea nuestra misión y agrado reseñar los últimos fastos de la música, en la brillante estación de conciertos del maestro Meneses, que ya concluye, absuélvasela si del propio modo que en las cántigas sueltas del arcipreste anduvieron juntos himnos a la Venus y loores a la Virgen, que ello ha de trovarse así, cuando a la libidinosa música de Debussy, sucede el poema sacro de Massenet y el Stabat Mater de Rossini. La crónica anda sin rumbo, ni aguja a donde sopla el espíritu de las cosas y como ella canta lo que va rodando de siglo en siglo y de boca en boca, pues aquí con los ojos todavía soñolientos con la Siesta del fauno, desperezando los letargados miembros de pronto sacudida por el solemne y lacrimoso Stabat Mater doloroso. antes de los conciertos sagrados, las abejas de miel blanca destilaban las voluptuosas sensaciones de la música de Debussy. Entonces el Fauno tendido estaba a lo que imagino, por las sendas del Tibur, en las faldas del Vulturó, donde el padre Horacio veía descender a Calíope, reina de poesía e hinchaba gratas melodías 'o la flauta sonando o la dulce cítara tocando'. Estaría según Mallarmé en los momentos de la Pelasgia, a la hora del mediodía 'en que la naturaleza parece entregarse al reposo; hora del descanso de los pastores, quienes poseídos de religioso temor, lo respetaban, sin que ninguno fuese osado a turbarlo'. El capricho del Fauno, divagando por un motivo de es cromáticas, ascendentes y descendentes, pintaba el dejo, la lascivia y la molicie del mito. Parecía soplar bajo el pabellón azul la blanda caña. Entonces tomaba cuerpo la leyenda. Los ojos del Fauno se anublaban en flotantes recuerdos, donde a través de colorido prisma de la comba azul, desprendíase Orión, el tentador de Diana… En esta visión estaba la crónica sumergida, cuando de improviso, a pocas noches después, la orquesta da voces dramáticas y unciosas [sic]. La Virgen de Massenet aparece como la virgen de Fray Luis de León: virgen del sol vestida de luces eternales coronada. No es el poema de la Virgen un oratorio en la forma vaciada por Bach, Haendel y Mendelssohn; es una metodiosa [sic] concepción dramática y a la par acariciadora y semi estática, como dice en sus críticas musicales don Gustavo E. Campa. Vale tanto empero, o mucho más, que un sermón del predicador de Nuestra Señora. Su preludio que la anuncia a la hija del príncipe, tiene la suavidad de aquel fruto que al esposo de los cánticos le parecía dulce al paladar; es la visión de la paloma del Diluvio, que vuela a lo alto, en medio de la tierra inundada de pecado. La leyenda musical sigue paso a paso a las Bodas de Caná, introduce la danza galilea, el delicioso andantino y llega por fin el Viernes santo. ‘Todo gime y todo solloza’, vuelvo a copiar del mismo crítico, cuanto se puede pintar en música, píntalo la orquesta con maravilloso colorido… Para persuadirse, basta escuchar a raíz del sordo rugido del trueno, con que despunta, el cuadro, aquellos lamentos acordes de maderas y saxofones, aquel sombrío dibujo de los bajos, que en crescendo incesante apoya los toques de las trompetas… Muere la virgen y los apóstoles entonan la Marcha fúnebre, regada con lágrimas, entrecortada de suspiros. En su desconsuelo parecen decir lo que andando el tiempo dijera Fray Luis de León: ¿qué miraron los ojos -que vieron de su rostro la hermosura- que les sea enojos? Ya en el Domingo de Ramos, la Orquesta del Conservatorio acomete el Stabat Mater de Rossini, página que sin la augusta y solemne gravedad de Palestrina y Mercadante y con cierto aire de ópera, contiene agradables trozos, como el Propecatis, cantado espléndidamente por el señor Manuel R. Malpica, el cuarteto Quando corpus morietur y el Amen, fuga y final. Termina con esta obra la grandiosa temporada del maestro Meneses: termina también aquí la crónica, que sino ha cumplido su misión, es porque jamás la flor hechiza produce la sensación de la natural: porque de suyo no tiene sino poéticos despojos; porque no era fácil hacer sentir lo que canta la lira besbía [sic], ni expresar lo que la cuerda herida por la mano del Ángel, entona lacrimosa en estos días."
Otras obras contenidas en el mismo documento: Abril 1, 1912, p. 4.