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Alfonso Rodríguez del Campo
Dotación resumida: "Un triunfo de Carlos Lozano. Si alguna quisicosa he de escribir en el breve retoque de estas líneas, quisiera que fuese desde un acertado punto medio entre el impresionismo y la técnica. Yerra la crónica que en la embriaguez de la imaginación desatada lo discurre todo a su arbitro sin posar sus pies en el pedestal de la ciencia y enfada el tecnicismo puro cuando con estilo académico desmenuza y pulveriza. A mi modo de ver la crónica musical requiere, como el escultor, el conocimiento de la anatomía del sonido y la composición; más no siendo tema puro de estudio, luego debe prender alas a la frase y revestir con bellas formas el esqueleto acústico y los cánones del contrapunto, para refinar el mismo sentimiento inefable que en nosotros produce la belleza. Así pensado, lo primero que discurre ante la impresión semi evaporada, en partes ya diluida, en otras clara y persistente, de la magnífica audición de domingo en el Arbeu, es lo que en la fuga de emociones, en sus mil metamorfosis, formó cuerpo, tuvo un ramaje que en el intelecto lo sustentaba y al cual se asían las mil flores del sentimiento musical. Imaginaba yo que la Sinfonía del bosque de Raff comenzaría y había de ser en todo tan pictórica como la Obertura Oberon de Weber que desde luego reprodujo la tonalidad y el habla de la selva. Confieso que me equivoqué. La sinfonía comienza en su allegro con la frescura del sentimiento estético que cuadra al asunto, es verdad, pero sin los toques de Oberon, sin el colorido vigoroso de la escuela romántica; sin las tintas a fuego de la imitación. Es algo más puro, más lineal, música del siglo XVIII, algo que recuerda mejor a Mozart, que entra por el sendero clásico, como bajo la luz de la época del idealismo en el arte. De allí empero va torciendo el estilo por un zig-zag delicioso hasta la nueva escuela. Diríase que el autor ha comprendido a Gluck y que va de una doctrina a otra, tomando la síntesis de las varias concepciones. Así en el adagio a la hora del crepúsculo ya se siente el drama de la naturaleza, ya se envuelve en la vaguedad de sus tonos y claroscuros, ya es un ensueño de lo semianimado de lo muerto que agita perpetuamente el soplo de la fuerza. En el Baile de las dríadas, Raff se acerca más a Oberon destacando el brillo de la poesía mitológica. Pero donde la expresión se confunde palmariamente es en el allegro final a la media noche. La aparición fantástica de Fran Holle y de Woton está tratada con la misma viveza de colorido. Si en el Baile de las dríadas el ritmo alado de Mendelssohn parece inspirar a Raff, comunicándole la poesía espiritual del Sueño de una noche de estío [sic], la paleta de Weber parece volcarse en el fantástico episodio del allegro final. Las jaurías, las voces de la caza, el tema del fuego, todo recuerda al padre del romanticismo. Este allegro se concluye con el despertar de la aurora, tema cándido, como delicado brial y que apenas tiene la brevedad de un lizo de oro y plata dibujado en el carmín de la mañana. Los bellísimos nocturnos de Debussy, Nubes y fiestas que nunca nos cansaremos de oír y el primoroso concierto de Tchaikovsky fueron los puntos culminantes del resto del concierto. Carlos Lozano que posee la claridad de la frase de Lhévinne y una comprensión pianística poco común, puso en el piano este concierto con tal virtuosidad y estilo que ni la crítica le tachó un solo tilde ni los más fríos pudieron dejar de conmoverse. La frase pesimista, la terrible condena de que nadie es profeta en su tierra ha dejado de esculpirse. No queremos omitir un nombre: el del violinista Rocabruna que puso el primer tiempo del concierto para violín y orquesta de Beethoven. A más de su hermoso arco y de su espléndida mano en los agudos que jamás desafina, posee este violinista alma para decir, de tal suerte que si no ha llegado a la destreza suma ni a la divina hexégesis que por estudio y temperamento se alcanza, es una de las primeras figuras de nuestro raquítico medio."
Otras obras contenidas en el mismo documento: Marzo 6, 1912, p. 6.