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Alfonso Rodríguez del Campo
Dotación resumida: "El diletantismo comienza por ser un placer, dice Jules Lemaitre, y cuando se torna posteriormente una causa de sufrimiento, encuentra en sí mismo el remedio. Es lo que ya ocurre en México, con la música de concierto. Se comenzó por aplaudir las sinfonías, porque en Europa se aplauden, se toleró la música de cámara, porque el refinamiento de la cultura proclamaba que era el sancta sanctorum, y hoy, después de pasar evolutivamente por la apariencia del placer, por una penumbra de goces estéticos, se ha llegado a apreciar en la medida de los auditorios cultos, lo que es el arte, lo que vale la música, lo que se han desenvuelto los dones del talento y de la emisión, expresados por ese lenguaje primario de la naturaleza, el sonido, con que parece expresar sus grandes palpitaciones, su drama interno, y que oímos en la vida de los elementos, cuando el mar muge [sic], cuando la ola acariciadora por el oro del sol, en el scherzo de la mañana, en el tropel de espuma, se diluye con el vaivén de la barcarola, muriendo melódicamente en la playa. Este lenguaje que imita al rey de los alisos, que pinta la Sinfonía pastoral, que Debussy aprende a expresarlo con la elocuencia de sus ruidos misteriosos, como habla la naturaleza, que llega a sistematizarse al ser analizado en sus connotaciones y remonta a la psicología, despertando los estados de ánimo chopinianos, y tramonta a la sociología en la epopeya de Wagner, es el que ha venido adueñándose de los espíritus en México, constituye una necesidad, su ausencia, un dolor, el cual se remedia por si mismo, ahora que el maestro Meneses, impulso lírico, evocador y artista, con ese entusiasmo que podríamos llamar evangélico, arrastra a la élite de las generaciones jóvenes, señalándose la senda de un edén ignorado. El diletantismo metropolitano en inmenso ramo de familias, de músicos, de artistas, rebosaba en los palcos, llenaba el Teatro Arbeu ayer tarde en el tercer concierto de la temporada. Claro que no todos sentirían lo mismo, ni todos penetrarían tanto; hay una gama desde la sensibilidad de Flaubert a la del hombre de letras, desde el artista erudito hasta el que no coordinaba emociones, desde Urbina y don Justo Sierra, hasta el que no es la ilusión que se describe, como se ha definido a los poetas, desde Campa, hasta el que no entiende de armonía y contrapunto. Pero no es menos cierto que el goce, más o menos grande, existió en todos. ¿Quién, por ejemplo, no se sintió excitado con la Sinfonía patética de Tchaikovsky, que otras veces hemos descrito? Había, es cierto, personas que en el adagio lamentoso, al primer redoble de timbales, creían oír una tempestad, y sí era tempestad, pero del alma, a cuyo sentido no llegaban por no atender al contexto de la composición, en cambio, a la mayoría se trasmitió su sentido real y el goce más alto vimos afluir en sus rostros embelesados y en el gesto contraído. LA FLAUTA MÁGICA.En la segunda parte del concierto, la gentil María de la Fraga produjo nuevas efusiones artísticas. Su garganta, de flauta, sus voces diamantinan, su riqueza de matiz, tejían un brocado de perlas en el aria de La flauta mágica de Delibes [sic]. Al oírla se recordaba fácilmente el madrigal. De un árbol en la copa más frondosa un ruiseñor su dulce canto glosa: Si el árbol solo vale canto floresta. También el ave sola es una orquesta… ¿para qué recordar los aplausos que tempestuosamente, como oleaje que venía a quebrarse a sus pies, escuchó anoche en el Arbeu? Y apenas salía esta gentil cantante, otra ovación se encadenaba, era Yolanda Meroe, que venía al piano y tocaba con hermosos efectos, briosos o dulcísimos, con su elegantísimo touche, el hermoso segundo concierto de Tchaikovsky que lleva el fuego y el alma de la escuela rusa. Una hermosa página de música del programa, la Scheherezade de Rimski-Kórsakov, que describe pasajes de Las mil y una noche, coronó el concierto. Muy bellos fragmentos contienen, el maestoso, el lento y el último tiempo que describe la Fiesta de Bagdad, entre algazara de sonidos, que interrumpe la voz de la sultana, representada en los solos de violín de languidez y voluptuoso acento oriental. La onomatopeya del mar, subrayada por los cellos, es un encanto, que debe repetirse al público para que mejor la aprecie. Y basta el próximo concierto en que se dice viene el famoso Don Juan de Debussy [sic], como otra etapa de las nuevas orientaciones que en esta temporada ofrece el maestro Meneses a la cultura mexicana."
Otras obras contenidas en el mismo documento: Febrero 19, 1912, p. 8.