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Alba Herrera y Ogazón
Dotación resumida: "¡Al fin! … una pianista de la estirpe semi-divina de Teresa Carreño, una pianista de maravillosas manos creadoras de espíritu iluminado por la sublime intuición, una gran inspirada, una intérprete brillante, llena de excelsos refinamientos y de rasgos geniales. Muchos meses hacía que ya no teníamos oportunidad de oír nada tan serio en el orden de las manifestaciones de este elevado, mucho, mucho tiempo había pasado sin que el aplauso estallara en nuestras salas de concierto con la desbordada prodigalidad y el tumultuoso entusiasmo que hablan de una satisfacción verdadera y un genuino agradecimiento por parte del auditorio… Al fin, hemos vuelto a sentir que se caldea nuestra alma con la emoción estética y hemos puesto una significación especial en nuestro aplauso, y esta oportunidad rara ha surgido misericordiosamente, como un oasis en la aridez de nuestra vida musical, gracias a la admirable pianista Meroe. Es ella de los ejecutantes cuya labor tiene por característica la más acabada excelencia técnica, un fervor de interpretación absolutamente sincera y, lo que constituye, una asombrosa facilidad de ejecución, una total carencia de esfuerzo. Su ejecución es como la de Teresa Carreño: tan natural y espontánea, que recuerda vagamente los milagrosos privilegios de las leyendas de oro, esos dones sobrenaturales, esas concesiones de hadas benévolas que rompen con las rutinarias leyes humanas… parece que no ha de existir el aprendizaje para esta clase de ejecutantes, que para producir la exuberante floración de arte que realizan estas personalidades en sí misma, no se ha necesitado preparación alguna, ni labor, ni esfuerzo, sacrificios, ni dedicación de toda la existencia. Tiene la sencillez del genio la difícil sencillez que proviene de la sinceridad de sus emociones artísticas y de una amalgama de cualidades admirablemente disciplinadas. Su labor, toda espontaneidad -esa labor que deja satisfechos el espíritu y la inteligencia, a la vez que el oído- hace el efecto de un fresco manantial brotando de una roca. ¿qué bebedor ávido ha de preocuparse por analizar el proceso que se desarrolla dentro del laboratorio rocalloso, determinando, al fin, ese surtidor improvisto? Casi siempre, nos contentamos con beber generosamente, o quizá, solo nos detenemos, extasiados, a escuchar la canción del agua a contemplar el iris de sus chorros cristalinos. Convengamos en que, de vez en cuando, es justo dedicar un pensamiento a la asombrosa elaboración que hace tan naturales estos milagros adorables. La señora Meroe toca con facilidad suprema; hago hincapié en este mérito, porque lo repito, constituye la cualidad distintiva del gran artista. Hay pianistas muy notables que cumplen escrupulosamente su cometido, mereciendo los aplausos más entusiastas, posee un gran dominio del teclado, y no obstante, se les ve trabajar, atarearse, hasta esforzarse en determinados pasajes. Está reservado a muy pocos ejecutantes el privilegio de tocar obras de dificultad transcendental, sin perder la naturalidad con que han tomado su puesto frente al piano, entes de herir las teclas. Generalmente, esa superioridad, resulta contraproducente para los mismos artistas, porque la gran masa del público -a la que no se puede exigir conocimientos específicos en la materia-, no se da cuenta de las dificultades vencidas. Esto sucedía con frecuencia a Hoffmann, el pianista más genial y por lo mismo el más sencillo que nos ha visitado, el gran artista tenía el don de hacer tan fácil la ejecución de los pasajes más intricados, que el público no se conmovía todo lo que debería ante su labor magistral. Se ha podido observar este mismo efecto, a propósito de algunas composiciones tocadas por la señora Meroe, entre otras Teux tolleta las armonías de la noche de Liszt y las obras de Dohnányi. El Chopin de la señora Meroe es fascinador, ¡qué manera de interpretar el divino Larghetto del concierto en fa menor! ¡qué dulzura apasionada, que delicadeza incomparable, qué poesía vibrante, profunda, trémula de lágrimas, palpitante de infinita ternura!... Los estudios del genio polaco obtienen de la señora Meroe una interpretación muy original, muy nueva, muy libre, pero ninguna libertad es censurable mientras conserva la condición esencial de ser artista… y la señora Meroe no deja un solo instante de ser artista acabada exquisita y llena de nobleza. ¿y los nocturnos chopinianos?... ¡una delicia en manos de Yolanda, un pretexto para el lucimiento de su riquísima naturaleza emotiva! No se puede definir con absoluta seguridad que estilo musical cuadra mejor al temperamento de Yolanda Meroe, puesto que la artista posee el colectivismo interpretativo, otro don excepcional, acaso la gracia, el donaire, el sprit brillan en ella más perceptiblemente que la ternura, la intensidad dramática y la melancolía. Las obras que, por su carácter, permiten Meroe el ejercicio libre de esta cualidad dominante, llega a ser en sus manos, positivamente arrebatadoras ¿qué otro pianista podrá superar la gracia alada y sutil que comunicó la Meroe al Capricho de Brahms, la enervante gracia vienesa, arrebatada y lánguida por turnos del Capricho de Vogrich, la picante y provocadora gracia de la Serenata de Rachmaninoff?
Y ese mismo donaire se veló de un refinamiento aristocrático para interpretar exquisitamente el Valse 14 de Chopin, y se espiritualizó de misteriosa manera para tejer los vaporosos bordados del estupendo estudio de Liszt, Fuegos fatuos. Por lo demás, la Meroe es una intérprete ecléctica, como ya tuve ocasión de decirlo. Vuela sobre todas las dificultades con sorprendente seguridad, casi con descuido, dilata o acelera las frases según se le aconseja su instinto artístico, produce todo el tesoro de finísimos matices que le sugiere su inspiración, canta, apasionada y vehemente, arranca el piano trágicas imprecaciones sollozos desesperados, arrullos dulcísimos, o plácidas armonías, pero en todo caso, no deja de tratar a su entero placer esas dificultades que un pianista menos completo abordaría con invencible recelo. Bach, el príncipe de la polifonía, pródigo en escollos del más abstruso e intricado género, Beethoven, el divino déspota que pensó en las posibilidades orquestales al escribir para piano, sin preocuparse por las gravísimas dificultades que preparaba a sus intérpretes, y Liszt, el brujo del teclado, espléndido arquitecto de ciclópeas estructuras pianísticas que se deleitó en exornar minuciosamente con todos los extremos minuciosamente con todos los extremos de su terrible y tempestuoso virtuosismo- diríase que estos autores, los menos indulgentes a la generalidad de los pianistas, solo han tendido complacencias para la intérprete húngara, que los trata a su vez, con la deliciosa familiaridad de una hija predilecta. Es claro que esa infalibilidad, esa constante perfección que piden algunos seres, con la gravedad más completa, no pueden existir en el mundo. Ni siquiera el genio -y Yolanda es genial- ha sido designado para sostenerse perpetuamente en esa atmosfera de impecabilidad absoluta que… ¡ved lo que son las cosas! Resulta del todo irrespirable para los espíritus que más exigentes se muestran… a propósito del trabajo ajeno, por supuesto. El crítico más severo no podrá sino reconocer en Yolanda Meroe, a una pianista eminentemente satisfactoria en todos los múltiples aspectos … criticables. Y si esta excelencia profesional, tan positiva, se añade su bellísimo talento para hacerse amar de su auditorio, no debe sorprendernos la vasta oleada de entusiasmo que arrastra al público mexicano en pos de la atractiva artista."
Otras obras contenidas en el mismo documento: Enero 24, 1912, p. 7.